Hace algún tiempo que por la mente de
Edri transitan hadas, caballos, castillos, monstruos, barcos,
molinos, montañas, pueblos fantasmas, espadas, leñadoras, cabritos, peces de
colores, alfombras voladoras, islas mágicas... Parece que allí se están ahogando. Edri los escuchaba, pero no entiende qué le pasa ni qué hacer para ayudarlos a salir. Se imitaba a escucharlos, sobre todo por las tardes cuando se quedaba solo en casa y se sentaba en el balcón donde se pasaba muchas tardes con una mirada ausente.
Edri no
recordaba ninguna historia porque hacía ya mucho tiempo que en su casa no se
contaba ni se oían relatos, casi no recordaba aquellos días en los que toda
la familia escuchaba las maravillosas leyendas narradas por su abuelo Edriello,
parecía que alguien las había borrado de su memoria.
Tampoco en la
escuela se contaban ni se escuchaban aventuras, sí se leía para contestar algunas
preguntas y también para aprender cosas nuevas y… poco más, vaya, cosas poco
apasionantes para Edri.
Es cierto, cuando
iban a la biblioteca, Edri hablaba con personajes que solo ella veía, se metía
en los cuentos y vivía emocionada sus aventuras, escuchaba las historias que
los libros le contaban, acompañaba a los héroes en sus aventuras y peripecias,
soñaba, lloraba y reía con ellos… hasta que el timbre la hacía volver a la
realidad.
Con todos estos
personajes que conversaban en su cabeza, Edri iba a volverse loca, no se
atrevía a comentarlo con nadie, pero Metis, su madre, sabía que algo inusual le
pasaba a su hija. Durante días la observó para ver si le subía la fiebre, y por
las noches se asomaba a su habitación para asegurarse de que se encontraba bien. Sin embargo, cada día notaba que en la cama de su
hija se recostaban unos personajes extraños que iban reemplazando a los
juguetes de su hija.
Una noche, mientras
todos dormían unos llamativos ruidos comenzaron a escucharse por el pasillo.
Metis se despertó, advirtió a su marido y sigilosamente ambos se levantaron de
su cama, abrieron despacio la puerta y.... ¡Oh!... Su pasillo se había
transformado en una vereda. Caminaron, por ella, atravesaron un tupido pinar y
llegaron hasta el centro del malpaís de una pequeña isla.
¡Allí estaba
Edri!, no podían creerlo, acompañada de Caperucita, de los cabritillos, de Blanca
Nieves, del gato con botas, de un bombero, de un elfo, y también de un personaje
que se parecía mucho al abuelo Edriello, estaba rodeado de una gran montaña de libros
abiertos de los cuales salían sin cesar muchos personajes…
Silenciosamente
se sentaron, abrieron un libro y los cuatro comenzaron a recordar cómo acariciar
cada palabra, cómo saborear sus melodías, a rendirse ante las historias, a
vivir cabalgando entre versos, a leer a otros y con otros, a compartir. Edri por fin pudo liberar de su mente a los protagonistas de tantas
historias y dejarlos volar hacia nuevas almas para fomentar en ellas la imaginación, la ilusión y el anhelo de vivir y crear nuevas historias.